Voces de media tarde

Después del fresquito que dejó la lluvia, volvió a aparecer el sol con punzadas transparentes. Las palomas volvieron a pasearse, las cotorras a robar frutas en los árboles y la chicharra a anunciar una tarde cálida.
Recuerdo que cuando era chica, mi abuela rezongaba porque yo no quería dormir la siesta y pretendía obligarme inventando historias fantásticas para darme miedo. El resultado era totalmente opuesto: disfrutaba de cada cuento; decubría el sabor del silencio y el encanto de la soledad.
Quizás la abuela me quería un poco, no sé. Yo no lo sentía. A vece me parecía que ella misma había protagonizado esas historias atroces con brujas y gualichos. Pero no me importaba. Era adicta esa adrenalina que me provocaba cada función.
La abuela decía que era caprichosa. Puede ser... Cuando veía que era inútil tratar de asustarme me obligaba a costarme. Tampoco me importaba. Sabía perfectamente que de acostarme a dormir había un trecho que sólo mi voluntad cruzaba.
No creo que me quisiera mucho.. no lo creo. Quedaba enojada conmigo y le duraba toda la tarde. No me hablaba. Pero yo me quedaba con las voces de los personajes y los ruidos de la hora de la siesta, y dejaba que ella siguiera con sus murmullos paseando por la casa.
Después que la abuela murió, encontré mis propios duendes escondidos entre los árboles. Más tarde me llegó el tiempo de encontrar a mis príncipes y hadas. Hoy convivo con héroes que cambian el mundo por un ideal y son capaces de dar la vida por ello; historias escondidas en lo sencillo de la vida; hechos reales... y fantásticos...
Pobre abuela. Yo era muy chica para entenderla. Quizás ella también tenía esa aficción. Quizás fue lo único que pudo dejarme en herencia: un mundo sin límites.
PERSIS

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