De Vampiros II

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Detrás de los amigos
No cabe duda que los vampiros están siempre de moda. No importa el tiempo, el lugar o las costumbres: siempre están cerca.
Esto me hace acordar lo que ocurrió en un pueblito de Buenos Aires, no hace mucho. Fue después del "cacerolazo" ¡Época de crisis como pocas en la historia de nuestro país! Mucha gente se fue de nuestra querida Argentina con promesas de bienestar hacia nuevos horizontes. Sin embargo, lo que ocurrió en este pueblo fue diferente.
Esa tarde había sido imposible dormir la siesta. Unos mates debajo del paraíso harían olvidar un poco del calor, la humedad y los mosquitos ... o no. No importaba. Esa era una cita obligada. Una costumbre irrenunciable de los muchachos de la cuadra.
De niños se juntaban por las tardes en la esquina para jugar a algo, después de hacer las tareas. En la adolescencia la cita era para hablar de chicas o fumar cigarrillos. Ahora, a edad madura, la reunión era para tomar mate y hablar de las familias o proyectar la pesca de fin de semana.
-¡No lo puedo creer! - dijo uno mirando hacia la esquina- ¿Raúl?
Si: Raúl había vuelto. Un fracaso conyugal, la soledad del desarraigo, la muerte de su padre y la herencia por cobrar habían sido fuertes motivos para dejar su país adoptivo y volver a su pueblito natal.
- Raúl... Raulito... - los muchachos no salían de su asombro. Inmediatamente fueron a recibirlo para ayudarlo con las maletas que traía. - ¡Raulito..., carajo..! - decían entre abrazo y abrazo.
Como en la parábola del Hijo Pródigo, los amigos prepararon la fiesta de bienvenida y se comprometieron a que Raúl estuviera feliz . Estaban todos invitados, incluso las mujeres de los muchachos, que no es poco decir. Pero al revés que en el el pasaje bíblico, el que pagaba la fiesta, en este caso, era el mismo Raúl haciendo muestra de su gran generosidad y su buena posición económica.
- Estoy solo - dijo el recién llegado- Ustedes son mi familia.
Desde ese día todo cambió. Las reuniones de las tarde se hicieron cada vez más nocturnas, el mate se dejó por la cerveza y las charlas no proyectaban salidas a pescar. Hasta las costumbres conyugales comenzaron a cambiar.
- ¿Por qué llegaste a esta hora?- increpó Rosario era la primera vez que Gualdo llegaba pasada la hora de cenar. Su mujer estaba realmente preocupada. En dieciocho años era la primera vez que su esposo la dejaba con la comida servida.
- Pobre Raúl, -explicó- estaba tan triste recordando a sus padres que no nos animamos a dejarlo solo. Pero mirá - dijo extendiéndole un paquete- nos regaló algo de comestibles... como está solo...
Rosario y Gualdo era un matrimonio joven que estaba pasando por un mal momento económico, como el resto del país. No era sensato despreciar por celos un poco de alimentos u otro producto de mercado, pero si le hubiera avisado...
Poco a poco esas llegadas tardes se fueron haciendo cada vez más frecuentes. Gualdo pasaba más tiempo con Raúl que con su esposa. Compartían todo.
Los reclamos a su esposo eran permanentes y las excusas absurdas. Ahora no sólo tenía problemas económicos sino también un matrimonio que se estaba derrumbando.
"Ustedes, las mujeres no saben de amistad" era la frase de Gualdo antes de pegar un portazo
Rosario se fue poniendo cada vez más triste.Las promesas de Gualdo, las llegadas tarde, las excusas, la generosidad de Raúl, un círculo vicioso imposible de romper. La dejaba sin fuerzas, sin esperanzas, sin intimidad.
Frente a su vida conyugal, Rosario se había preparado para competir algún día con otra mujer, pero nunca imaginó tener como rival al amigo de su esposo.
Había pasado el verano y había llegado el otoño. Quizás por eso... el frío... el viento... la luna...
-¡Rosario, prepará algo rico! - le dijo su esposo- Raúl viene a cenar con nosotros
Era la oportunidad que la joven mujer estaba esperando para estar frente a su enemigo. Podría verlo, observarlo, olerlo, estudiarlo. Como dos fieras que se disputan una presa.
Al revés de lo esperado, la cena transcurrió sin sobresaltos, trivial, con charlas superficiales, monótonas. Algo no andaba bien. Su invitado la miraba fijo, como queriéndose meter en sus pensamientos y ella no podía armar una frase completa sin sonrojarse.
-Gualdo, ¿por qué no traés un poco de helado? - dijo Raúl dándole dinero casi sin mirarlo.
- Con este frío no creo que haya heladerías...
- Usá mi auto - le dijo lanzándole las llaves- no te preocupes por lo que gastes.
Gualdo salió y dejó solos a su esposa y a su amigo. Rosario se levantó enseguida y recogió las cosas de la mesa. Sintió miedo. Hacía frío... había viento...la luna estaba tan hermosa... ¿miedo a qué?
De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Raúl estaba detrás de ella, muy cerca, tanto que podía sentir su respiración, pudo sentir como la piel de su cuello se erizaba, pero no se resistió. En ese instante la puerta se abre.
- ¡Raúl...! - dice Gualdo. Por un momento parecía que iba a reaccionar - no... no hay heladerías abiertas.
La carcajada de Raúl rompió el silencio de la noche. Una risa grave y áspera como arrancada de debajo de la tierra.
Dicen que a la mañana siguiente la vieron a Rosario en la terminal de ómnibus esperando salir del pueblo.
PERSIS

Comentarios

Maria Rosa ha dicho que…
Buenísima, admiro el don de quienes narran poniendo exactamente lo que quieren poner. Hay elocuencia en cada uno de tus párrafos.
No dejes de escribir!!! Realmente es un placer leerte.
Cariños,
María Rosa
a ha dicho que…
Hola Persis. Es un placer conocerte. Me gusta tu blog y la forma tan seria en que está realizado. Te seguiré muy atentamente.
Un abrazo
:)
Carlos (elsaeton)
Mónica Cristina Cena ha dicho que…
¡Muchas gracias!Siempre serás bienvenido en este blog
PERSIS

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