La lavandera

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No es la primera vez que comparto con ustedes una hiostoria de mi familia, especialmente de Doña Elena, mi abuela paterna. Mujer decidida y valiente, con sus pro y sus contra, pero valiente al fin.
Ya no queda nadie en vida que me cuente sus historias y a veces temo que se me olviden. Es por eso que las comparto con ustedes, para darle vida otra vez. Al menos, durante el tiempo que dure la lectura.

La lavandera

Sabía que algún día las cosas se iban a poner feas pero tenía tantas deudas que no podía detenerse. Ser mujer, joven, madre y soltera nunca fue una buena combinación, especialmente en los pueblos del interior a cominezos del siglo XX.
No era justo que se le partiera la espalda en el fuentón de lavado o se le quemen las manos con las brasas de la plancha para ganar una moneda y que alguien piense que llevaba una vida fácil. No señor, no era fácil. Como tampoco era fácil criar y educar hijos sin la compañía del padre o ser una empleada doméstica y rechazar las propuestas indecentes si  quedarse en la calle... Seguro que no... pero no imposible.
Los pensamientos de Elena podían adivinarse con sólo ver el modo de retorcer la ropa; parecía que retorcía su propia vida tratando de sacar todo mal recuerdo.
- Hola, buena moza. Aquí le traigo un poco de trabajo- dijo el hombre dejando una bolsa al lado del fuentón de lavado. Los ojos de Elena llenos de fastidio se cruzaron con la mirada libidinosa del visitante. Sabía lo que estaba buscando realmente pero sólo atinó a tomar la bolsa y arrojarla a un costado.
- Epa... despacito, muchacha... - y agregó con una sonrisa burlona- ¡...me gustan las fieras!
Con una mirada desafiante Elena le demostró su molestia. Los chicos vieron la escena y corrieron hacia la casa a esconderse pero el mayor se que dó a su lado por si debía estrenar su reciente adultez defendiendo a su madre.
- Pasado mañana tiene la ropa...- Estaba molesta con ella misma pero no pudo rechazar el trabajo.
El invierno hacía que el día fuera más corto y el trabajo más duro;   las manos dolíandespués de tanto refregar ropa ajena. Sin embargo, era momento atender dolores sino de darle la cena a los chicos y llevarlos a la cama. En la oscuridad, quizás, encontraría un momento para sumergirse en sus pensamientos y dar rienda suelta a sus recuerdos.
De pronto, un ruido la sobresalta y la deja casi sin aliento, y ve como la puerta de madera se movía reflejando la sombra de alguien que intentaba entrar. El terror casi la había paralizado pero el suspiro de ensueño de uno sus hijos la fortaleció. El intruso, que no reconocía límites a sus intenciones, metió la mano por la abertura que quedaba entre la puerta y el marco para quitar la tranca y entrar. Pero Elena no lo permitiría, ¡no señor, de ninguna manera! Casi sin pensarlo, tomó el machete que tenía sobre al aparador y le asestó un golpe en la mano.
A la mañana siguiente, luego de darle a sus hijos el desayuno, los dejó bajo el cuidado del mayor. Ni el frío ni la llovizna iban detenerla. Se envolvió en un poncho y salió a terminar lo que había comenzado la noche anterior.
Era casi mediodía cuando llegaba  al tercer hospital en una recorrida obsesiva. Y allí lo encontró, sentado en la sala de guardia con la mano vendada, la mirada del hombre ya no demostraban deseo sino un odio feroz y un dolor intenso.
- Tomá - le dijo extendiendo su mano-  acá te dejo lo que te dejaste anoche en mi casa- Y le puso en la mano sana un pañuelo con los cuatro dedos que le faltaban.

Comentarios

Liliana G. ha dicho que…
Aaaaaaaaaaaah, ¡esas eran mujeres! ¡Bien hecho!
Esa era una época donde el coraje salvaba el honor y la vida. Pero además, Elena tenía una valentía fuera de serie, buscar al agresor para devolverle los dedos, fue un acto de heroísmo.

Estupendo relato, Moni. Es cierto, no debe perderse.

Muchos besos y feliz fin de semana patriótico.
Mónica Cristina Cena ha dicho que…
Gracias, Lili, por pasar por aquí. Ojalá este relato hubiera sido producto de mi imaginación. En la distancia del tiempo puedo entender a esa mujer silenciosa y de mal carácter que fue mi abuela. Besotes!!
Colibrí ha dicho que…
Gracias Persis por tu comentario en mi espacio...
Que coraje para defenderse y defender a sus hijos, bien relatado, para que no se pierda.

Abrazos
Ester-Colibrí
Unknown ha dicho que…
Pienso lo mismo que Liliana, qué valentía, claro que según entiendo nadie iba a dar la cara por ella y sus hijos, así que no le quedó más remedio, por supervivencia, que dejar bien atada la faena. Aún así, hoy en día, esto sonaría a ficción.

Me ha encantado este pasaje y el visitarte de nuevo.

Un abrazo.
MARIA FABIANA CALDERARI ha dicho que…
Sin hacer de esto una apología del delito, ¡cuánta fortaleza anidaba en los hombros de aquella mujer!
Valerosas historias para recordar...

Un beso.
Silvia Parque ha dicho que…
Qué impresionante. Una mujer saliendo adelante, haciendo lo que tenía que hacer.

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