El intruso
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Cedió el calor en Buenos Aires. ¡Bendita lluvia! Nos estábamos cocinando... Los cuerpos sedientos y abrasados la recibieron como el descanso en medio de la tortura.
Todo cambia con diez grados menos. Hasta el viento del sur parece una caricia atrevida que busca el lugar más secreto.
Resucitamos...estamos vivos.
La noche será una buena compañera para los que quieran dormir, para otros será cómplice de aventuras o portadora de recuerdos. Sin embargo, habrá para quienes sea una noche de horror.
Quizás sea el efecto de un tímido cuarto creciente que se asoma por entre las ramas de mi árbol preferido o quizás sea la soledad que me dejó la lluvia que se fue, no sé. Lo que sé es que, esta noche, viejos relatos que escuchaba en mi infancia ocuparon mi mente.
Historias cargadas de emoción que dibujaban el perfil misterioso de mi abuela. Mujer brava como pocas, decidida y silenciosa... Doña Elena.
Yo era muy chica cuando murió. Tenía ochenta años y se fue sin contar una sola palabra de su pasado. Eran sus hijos los que se encargaban de evocar cada tanto algunas anécdotas para mantenerla viva. Nunca supe si era viuda, separada o soltera. De lo que sí estoy segura que no tuvo ningún hombre al lado con quien compartir la vida y, gracias a eso, había desarrollado un carácter aguerrido casi varonil.
Voy a compartir con ustedes este episodio de la vida de Doña Elena
Era la noticia esperada. Entre gritos y risas, corrieron hacia la casa jugando una carrera para ver quien llegaba primero para lavarse las manos. Después de comer, todos colaborarían para dejar la cocina en orden antes de ir a dormir.
La hija mayor estaba secando los platos cuando algo afuera le llamó la atención.
- Mamá, hay alguien afuera -dijo asustada. Doña Elena, de un salto, se pegó a la ventana pero sólo veía árboles que se movían al unísono.- ¡Allá, mamá! -insistió la niña-. En la higuera... ¡un hombre! ¡Un hombre!
El mayor de los muchachos se puso al lado de su madre y ahuecando las manos hizo sombra en el vidrio para ver.
-¡Sí, mamá! -gritó señalando con el dedo- ¡Allá está! ¿Lo ve? Tiene un sombrero y un farol
Elena miraba en silencio. No quería alarmar a los más chiquitos.
- ¿Cómo no lo ve, mamá? -se deseperaba la jovencita-. ¡Si de acá se ve cómo se mueve su ropa!
-¡Basta! -dijo por fin-. ¡Dejen de gritar! Cuiden a los chicos que ya vengo -Y sacó una cuchilla del aparador.
- Mamá voy con usted - dijo su pequeño hombrecito deteniéndola con un garrote en la mano. ¿Qué podía hacer un muchacho de quince años? No era la primera vez que Doña Elena se tenía que defender de intrusos que veían en ella una oportunidad para divertirse. No iba a permitir que ninguno de su familia saliera lastimado, así que, sin más, le ordenó que se quedara y salió.
Cedió el calor en Buenos Aires. ¡Bendita lluvia! Nos estábamos cocinando... Los cuerpos sedientos y abrasados la recibieron como el descanso en medio de la tortura.
Todo cambia con diez grados menos. Hasta el viento del sur parece una caricia atrevida que busca el lugar más secreto.
Resucitamos...estamos vivos.
La noche será una buena compañera para los que quieran dormir, para otros será cómplice de aventuras o portadora de recuerdos. Sin embargo, habrá para quienes sea una noche de horror.
Quizás sea el efecto de un tímido cuarto creciente que se asoma por entre las ramas de mi árbol preferido o quizás sea la soledad que me dejó la lluvia que se fue, no sé. Lo que sé es que, esta noche, viejos relatos que escuchaba en mi infancia ocuparon mi mente.
Historias cargadas de emoción que dibujaban el perfil misterioso de mi abuela. Mujer brava como pocas, decidida y silenciosa... Doña Elena.
Yo era muy chica cuando murió. Tenía ochenta años y se fue sin contar una sola palabra de su pasado. Eran sus hijos los que se encargaban de evocar cada tanto algunas anécdotas para mantenerla viva. Nunca supe si era viuda, separada o soltera. De lo que sí estoy segura que no tuvo ningún hombre al lado con quien compartir la vida y, gracias a eso, había desarrollado un carácter aguerrido casi varonil.
Voy a compartir con ustedes este episodio de la vida de Doña Elena
El intruso
Mi abuela tenía una casita muy modesta al norte de Santa Fe, con un amplio terreno donde los tres más pequeños de sus seis hijos jugaban entre los árboles hasta altas horas de la noche. No hacía falta más que una mirada y una palabra para cuidarlos. De chiquitos habían aprendido a portarse bien mientras su mamá trabajaba lavabando y planchando los cuellos y las pecheras de los señores ricos de la casona.
Esa noche, el viento que llegaba del río, limpiaba el humo de todo el día de la plancha de carbón y amenazaba llover.
-¡Adentro, chicos! -gritó desde la ventana-. Basta de jugar que es hora de cenar.Era la noticia esperada. Entre gritos y risas, corrieron hacia la casa jugando una carrera para ver quien llegaba primero para lavarse las manos. Después de comer, todos colaborarían para dejar la cocina en orden antes de ir a dormir.
La hija mayor estaba secando los platos cuando algo afuera le llamó la atención.
- Mamá, hay alguien afuera -dijo asustada. Doña Elena, de un salto, se pegó a la ventana pero sólo veía árboles que se movían al unísono.- ¡Allá, mamá! -insistió la niña-. En la higuera... ¡un hombre! ¡Un hombre!
El mayor de los muchachos se puso al lado de su madre y ahuecando las manos hizo sombra en el vidrio para ver.
-¡Sí, mamá! -gritó señalando con el dedo- ¡Allá está! ¿Lo ve? Tiene un sombrero y un farol
Elena miraba en silencio. No quería alarmar a los más chiquitos.
- ¿Cómo no lo ve, mamá? -se deseperaba la jovencita-. ¡Si de acá se ve cómo se mueve su ropa!
-¡Basta! -dijo por fin-. ¡Dejen de gritar! Cuiden a los chicos que ya vengo -Y sacó una cuchilla del aparador.
- Mamá voy con usted - dijo su pequeño hombrecito deteniéndola con un garrote en la mano. ¿Qué podía hacer un muchacho de quince años? No era la primera vez que Doña Elena se tenía que defender de intrusos que veían en ella una oportunidad para divertirse. No iba a permitir que ninguno de su familia saliera lastimado, así que, sin más, le ordenó que se quedara y salió.
Los seis hermanos vieron por la ventana cómo la mamá desaparecía entre las sombras de la arboleda. Temblaban de miedo. ¿Qué sería de ellos si le pasaba algo a su mamá? ¿Y si el intruso venía después por ellos, quién los defendería?
Los minutos parecían eternos. Sólo se escuchaba el viento y el aliento entrecortado de los niños. De pronto la ven aparecer por el otro costado del jardín con la cuchilla en la mano.
-¡Vengan a ver! -les gritó desde afuera-. ¡Vengan que les muestro al hombre que los asustó!
Salieron con temor pero confiaban en su mamá.
Cuando llegaron a la higuera develaron el misterio: encontraron en una rama la gorra de Tadeo junto con el delantal de Cecilia y una cajita de hojalata que Mauricio tenía para guardar soldaditos.
La luz de la luna había creado al intruso, el viento le había dado vida y mi abuela había dado una lección de valor.
PERSIS
Comentarios
Un saludo
Un abrazo.
:)
Carlos.
saludos confusos
Un cariño cercano.
abrazos
Blue
Saludos y hasta la proxima.
Besos.